JULIO MARÍA SANGUINETTI Ex Presidente de la República
Allá por los años 60, Antonio Grompone -vigorosa mentalidad de su tiempo- decía que, "en número, en actividad económica, mentalidad, problemas, ideales, el Uruguay es un país de clase media". Aludía, como se ve, a algo más que el ingreso y la profesión, a una muy diversa expresión de sociedad que iba desde un empleado de comercio a un médico, desde un funcionario público a un mando medio industrial, desde un pequeño comerciante a un profesor o un militar, identificados sin embargo por un conjunto de valores, creencias, hábitos, que definieron al país mismo. Los más pobres aspiraban a llegar a ese nivel y los ricos -que porcentualmente nunca fueron demasiados- difícilmente asumían la arrogancia de proclamar otra idea de la vida, aunque sus medios les permitieran lujos vedados a los otros.
Más tarde, quien indagó en profundidad sobre el tema fue Aldo Solari, pionero en los anuncios sobre el envejecimiento de nuestra población. En los últimos años, con la reducción relativa de la población industrial y el aumento vertical del llamado sector de servicios, una camada de sociólogos jóvenes han tratado de identificar nuevas características, pero no han cambiado lo fundamental: el Uruguay sigue teniendo una clase media que supera la mitad de su población; que más que un grupo homogéneo identificado solamente por la profesión o el ingreso es una masa variopinta que posee en común más bien elementos de mentalidad, base y sustento de una democracia tranquila. Por eso fue que, cuando en los 60 se vio alterada por la irrupción de la violencia mesiánica de la guerrilla, terminó en una profunda crisis institucional.
Esa clase media continúa siendo el sustento de lo que es el Uruguay como país. Históricamente, nuestra distribución del ingreso nacional ha sido, por ello, la mejor del continente, y el famoso coeficiente Gini que lo mide, nos mostró siempre como una sociedad mucho más equitativa que la del gran vecino brasileño y también más equilibrada que Argentina. Hoy, con un gobierno autodenominado "progresista", que lleva ya dos años y medio, la distribución sigue igual, más bien algo peor, y lo único que se registra, pese al enorme crecimiento que nos llega desde el mercado exterior, es una muy magra baja de la pobreza, articulada sobre la base de contribuciones oficiales -el Panes por ejemplo- que no bien desaparezcan, dejarán todo peor que antes.
El tema es que esa clase media se siente hoy agredida, desconocida, hasta ofendida. Comprueba que en la sociedad uruguaya actual más vale ocupar una vivienda, colgarse a la red de energía eléctrica y no pagar el agua, olvidarse del BPS y la Impositiva, porque nadie vendrá a cobrar nada, mientras que el pobre ciudadano -aun el más modesto- que vive dentro de la economía formal, es torturado en forma creciente. Que el Estado ya era pesado, lo sabíamos, e intentamos remediarlo, pero la cuestión es que esto ahora se ha transformado en una política orgullosamente explícita, que golpea de un modo tan reiterado a los mismos, que pareciera alentarse la emigración de los más jóvenes.
Hoy una empresa unipersonal, de un muchacho que trabaje en informática o preste algún servicio, si gana por ejemplo 30 mil pesos, tiene que pagar unos 1.900 pesos de BPS, unos 5.400 de IVA y más de 2.000 del novel IRPF, a lo que habrá que añadirle el nuevo impuesto por la salud, que se inicia entre un l.5% y un 3% en esta etapa, y llegará más tarde a un 6%. O sea que el Estado le lleva a ese muchacho del ejemplo más de la mitad del ingreso. ¿Alguien cree que puede estar alentado a seguir luchando? Se me dirá que en el mundo desarrollado los gravámenes son también elevados, lo que es verdad, pero sobre niveles de ingresos mucho mayores, que dejan un remanente muchísimo más satisfactorio.
Lo del sistema de salud merece un párrafo por todo lo que tiene de equivocada filosofía. Lo de ahora es sólo un paso inicial, porque no pudieron financiar el programa original, aquel terrible sistema coactivo en que se perdía el derecho a afiliarse donde uno quisiera. Aquellos excesos se han postergado por el momento, ya que el propósito explícito es ir a un régimen socializado en que igualaremos para abajo. Los ricos se atenderán por su lado y tomarán esta ley como otro impuesto más, mientras el resto irá lentamente cayendo en un sistema cada vez más degradado. Una Junta Nacional de Salud asume el control de toda la vida económica: la mutualista no es la que cobrará sino el BPS, no hay más competencia por calidad desde que a todas le pagarán lo mismo, sus inversiones en tecnología y en infraestructura serán dispuestas por la autoridad y de ese modo quedarán sólo fachadas de instituciones, que ni publicidad podrán hacer según la ley, reguladas todas ellas por una suerte de Gran Hermano instalado en una oficina de Salud Pública.
Esa clase media de que hablamos es, además, la mayor generadora de empleo a través de las Pymes, que son empresitas pequeñas, manejadas por ciudadanos que obtienen un sueldo bueno más que grandes dividendos. Ahora son castigados por el IRPF y por el nuevo sistema de salud, mientras se anuncian nuevos aforos en la Contribución Inmobiliaria, con esos sistemas distributivos de justicia que terminan siendo profundamente arbitrarios. En un país donde el 65% de la población vive en casa propia, precisamente una de las aspiraciones tradicionales de ese uruguayo promedio, la Contribución no es pequeña cosa, especialmente en un Montevideo ya carísimo desde el punto de vista municipal.
Sumémosle a todos estos temas la seguridad pública amenazada y una avalancha inflacionaria que sacude a todos, pese a esos esfuerzos cosméticos que hace el gobierno, tratando de rebajar en algo los precios que se toman en cuenta para el índice estadístico. (Dicho de otro modo, no subsidiamos el boleto en todo el país, porque es muy caro, pero lo hacemos sólo en Montevideo porque es el que se toma para el índice). Es decir que la lucha es con el numerito oficial y no con la inflación, que se combatiría de verdad parando un gasto público que crece día a día con los miles de funcionarios que ingresan al Estado y con el costo de este maquillaje.
Le mentalidad corporativista, colectivista, que configura la cultura de quienes nos gobiernan, aflora a cada momento. El marxismo ya no es explícito porque nadie cree en él. El autoritarismo comunista es sólo el sueño trasnochado de un pequeño núcleo. Pero esa mentalidad igualadora hacia abajo, que desconfía de la iniciativa individual, odia la sana competencia y como consecuencia desprecia la calidad, esa mentalidad, nos va envolviendo paso a paso y es lo que está detrás, en la profundidad, de esta política que hiere el corazón mismo de nuestra sociedad.
domingo, 21 de octubre de 2007
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