sábado, 25 de octubre de 2008

UN NUEVO VELORIO













Por Julio María Sanguinetti


El artículo del expresidente Julio María Sanguinetti que recogemos aquí se publicó el domingo pasado en la columna mensual del ex mandatario en el diario “El País” de Montevideo.

He tenido el privilegio de ser invitado a varios velorios del capitalismo. Ahora he recibido de nuevo una alegre comunicación que me informa de una renovada defunción, festejada por comunistas sobrevivientes, ex comunistas reformados, socialistas ortodoxos, progresistas varios y corazones bondadosos que disfrutan con que los insoportables "yuppies" de Wall Street se hayan fundido. Podríamos compartir este bajo sentimiento vengativo, pero de allí no vamos a extraer nada favorable, ni más comprensión de lo que nos ocurre, ni una guía sobre el camino de futuro.

La verdad es que el velorio, una vez más, no tendrá lugar. Simplemente porque no hay alternativa para el sistema económico que, basado en la propiedad privada y la libertad de comercio, se desarrolló en los modernos tiempos occidentales a partir del Renacimiento. Su primera batalla ganada fue contra el corporativismo medieval, que monopolizaba la producción y el comercio en cerradas agremiaciones empresariales. La siguiente fue contra el Estado absolutista, que asumía él mismo los monopolios y pretendía vivir de ellos, directamente, o a costa de lo que producían los propietarios, a los que asfixiaba. Pero la propiedad privada y el comercio habían generado una nueva clase social, dedicada a producir, comerciar, transportar y financiar. Clase social que, además, reclamó libertad política. Cuando ella triunfó, creando una democracia liberal, en Holanda, Inglaterra y EE.UU., floreció también el capitalismo, que se expandió por el mundo.

La población creció, la riqueza aumentó, pero la pobreza se hizo insoportable para quienes no integraban esa floreciente clase burguesa y el capitalismo experimentó una nueva -y notable- mutación, que se hizo posible por la apertura que significaba la democracia. La cuestión social llevó a que el Estado encuadrara el sistema capitalista en marcos legales que aseguraran el bienestar del común de la gente: unos le llamaron "economía social de mercado", otros le llamaron "estado de bienestar" o "socialdemocracia" (en el Uruguay Batllismo). Así es que a lo largo del siglo XX la democracia política venció, uno tras otro, a sus enemigos fascistas, nazistas y comunistas y, paralelamente, su socio, el capitalismo, sobrevivió a todas sus crisis.

En los últimos años, se pretendió un desarrollo del sistema de libertad comercial y propiedad privada más allá del Estado. Se pretendía liberar aún más las fuerzas del mercado para que ellas generaran más riqueza y, como consecuencia, más bienestar. El mundo creció, la expectativa de vida aumentó espectacularmente, los bienes de la nueva ciencia se derramaron. Pero la pobreza no desapareció y los excesos especulativos llevaron a una caída de valores. Ya había pasado varias veces. En 1929 fue el caso más notorio, luego de un formidable período de especulación en la Bolsa. Y en el 73 pasó con el petróleo, y por los 80 con la inflación norteamericana y por el 99, con la caída de las novedosas empresas ".com".

En cada una de esas ocasiones, se anunció el fin del sistema, pero él no se cae, porque nadie tiene cómo sustituirlo. Los que se cayeron fueron sus enemigos. Pero así como eso es claro, también lo es que habrá cambios. Los bancos volverán a ser los lugares donde se va a pedir dinero cuando se precisa. Y habrá que ofrecer garantías y hablar con los gerentes y pacientemente esperar respuestas. Eso de ir a la Bolsa, largar una emisión de bonos y financiarse en una tarde, parece terminado. Y si reaparece, será muy regulado.

Las empresas también estarán pensando en cómo será su futuro, porque no podría perdurar este estado en que una masa de accionistas anónimos deja todo en manos de gerentes mercenarios, que durante los 3 o 4 años de su contrato, trabajan para facturar y llevar lo suyo y que luego Dios arregle. Para empezar ya está el Estado de socio en los bancos y con ellos mudará también, inevitablemente, el estilo de gestión. Por supuesto que los seguros no pueden estar en manos de cualquier empresa, como si vendiera calcetines, y que prestar en hipoteca no es tema de corredores tocando timbres en las casas para ofrecer crédito sino un serio asunto bancario. En una palabra, lo que permitió crecer rápido, nos llevó a un formidable traspié y ahora habrá que ajustar el sistema para viajar más seguro aunque sea más despacio.

En medio de la tormenta, pasó lo de siempre: los vituperados políticos de ayer pasaron a ser los imprescindibles protagonistas de un salvataje que sólo el Estado podía emprender. Es lo que habían olvidado los llamados neo liberales. A los que ahora les asaltan los del otro extremo, imaginando que no hay más banca privada, que todo está nacionalizado y que el capitalismo comienza su agonía, cuando nada de eso ocurrirá. Simplemente se reacomodarán las piezas y el Estado, el mercado y las empresas volverán a arrancar, con un nuevo equilibrio en su inevitable sociedad de conveniencia.

Naturalmente, todo esto deja una factura muy grande, que pagaremos todos. Los ingenuos que aún se imaginan que, en el Río de la Plata, estamos "blindados", están tan despistados como los que invitan al velorio. El crédito será más difícil, las materias primas (como tantas veces se advirtió que ocurriría) bajarán de precio, quienes tienen deudas externas abultadas -como Uruguay y Argentina- deberán tener una enorme disciplina fiscal, la caída de las recaudaciones del Estado impondrá restricciones y si ellas no se asumen, peor para todos, porque la inflación se volverá a comer los salarios, o -lo que es aún peor- el estancamiento se llevará por delante los empleos. Los que pagaron toda su deuda externa, como Brasil, sonríen y miran bondadosamente a los que les reprochaban su traición al socialismo.

No es creíble que si crecimos cuando los precios de nuestros productos exportables subieron un 100%, da lo mismo que ahora bajen un 40% o 50%...

En una palabra, la fiesta terminó. Pero velorio no habrá.