domingo, 17 de enero de 2010

¿Quién ganó?





JULIO MARÍA SANGUINETTI
Ex Presidente de la República

Si un desprevenido ciudadano extranjero llegara en este momento al país viviría algunas perplejidades. Si desembarcó con la idea de que en Uruguay ha ganado la izquierda radical, encabezada nada menos que por un viejo guerrillero, quizás pensaría que estarían hoy discutiéndose temas parecidos a los que arden en Venezuela: la influencia del "imperialismo yanqui", la nacionalización de bancos, los controles cambiarios para establecer el valor de dólar que dispusiera el gobierno, la presencia del Estado planificando las actividades económicas…

Nos encontramos, sin embargo, con que el próximo Ministro del Interior dice que "Luis Alberto Lacalle reclamaba que haya más represión. Yo estoy de acuerdo con más represión. Pero con eso solo no alcanza. Que haya más prevención, más disuasión, más represión y más sanción".

Cualquier dirigente de un partido tradicional que dijera tamaña frase sería apostrofado de fascista por los dirigentes del Frente Amplio.

Así lo dijeron siempre y así lo han reiterado en estos cinco años de gobierno, en que provocaron el actual desastre de seguridad por sostener su vieja teoría de que la responsabilidad es de la sociedad y no del delincuente, explicación simplista para un tema complejo, que significa desertar del enfrentamiento al mal.

El Ministro va más allá y añade: "¿Cómo tratan al delincuente en Cuba o en Venezuela? Muchas veces los que dicen no más represión ni más firmeza contra el delito son los mismos que dicen que el ejemplo son Cuba y Venezuela".

Los destinatarios del reproche son correligionarios del Ministro, integrantes de un gobierno que se siente afín a Venezuela y sigue concibiendo a Cuba como una revolución en marcha y no como una penosa dictadura de medio siglo.

Esta melodía suena grata a quienes no votamos al Frente Amplio. Y bueno sería que a este nuevo compás comenzáramos a bailar. A la inversa, quienes les votaron se estarán preguntando quién ganó la elección. Pero ese no es nuestro problema.

Si de la seguridad, preocupación normal de lo que habitualmente la izquierda llama "derecha", nos pasamos a otros ámbitos, nos encontramos con que el Presidente electo ha centrado también su discurso post-electoral en dos temas que eran tabúes: las reformas del Estado y de la educación, sustentadas ambas en la necesidad de cambios que el conservadurismo de las corporaciones ha frenado o a veces impedido.

Por supuesto, aplaudimos el cambio. El país ha renovado bastante a su Estado -más de lo que parece- pero todo lo que pudo lograrse fue en durísima lucha con el hoy partido de gobierno.

La reforma del BPS, madre de todas las batallas; la derrota de la inflación; la ley de zonas francas; las concesiones del puerto y el aeropuerto; la reforma educativa, que incluyó las escuelas de tiempo completo, los bachilleratos tecnológicos, la creación de los Centros de Formación Docente en el interior, la universalización de la enseñanza preescolar y el nuevo plan de secundaria; la competencia en telefonía móvil, y suma y sigue. Ni digamos los escándalos que se armaron con los intentos de reducción y redistribución de personal.

Algunas innovaciones había aceptado el gobierno actual, pero otras -y sobre todo la prioridad del te-ma- son novedosas. Por supuesto, la polémica ya arrancó: bastó que el Presidente electo hablara de Nueva Zelandia como experiencia a tomar en cuenta, para que saltaran las gremiales, como en los viejos tiempos. Preaviso de un conflicto…

Ni hablemos de la educación, donde allí el cambio de discurso es tan grande como su naturaleza contradictoria.

Ahora se acepta que los resultados en Secundaria son desastrosos, que el ausentismo profesoral aumentó un 50% en este período de gobierno, que hay que instalar las escuelas de tiempo completo que se negaron hasta hace poco y así sucesivamente.

Con rotundidad, el Vicepresidente Astori ha sostenido que la inversión que se hizo no tuvo el retorno esperado y que todo se debe a los "corporativismos" que resisten los cambios. El viraje de perspectiva sin duda es notable.

Pero es incomprensible cuando se persiste en mantener una absurda ley de educación que le da el poder, precisamente, a las corporaciones gremiales que prohíjan la igualdad hacia abajo, el permisivismo con profesores y alumnos y que discuten presupuestos pero se niegan a hablar de calidad o resultados de la educación.

¿Cómo se va a conducir a las corporaciones a un cambio que sienten contrario a sus intereses cuando ellas asuman el contralor del sistema?

En la misma línea de contradicciones, tampoco se entiende que se hable de racionalizar el Estado cuando se propone al mismo tiempo crear por lo menos dos Ministerios más y uno -el de Gobierno o de la Presidencia- notoriamente innecesario e inconstitucional.

En el terreno de los buenos rumbos, bienvenidos estos cambios de orientación en el viento. Pero ellos sólo nos llevarán a puerto si no divorciamos las velas del timón y si no asumimos, desde ya, que las gremiales frentistas pondrán mucho oleaje en contra.

Seguramente menos que el de antes, en que no hubo límites en la oposición y el agravio, pero suficiente como para que se requiera una gran firmeza en la modernización, en nuestra inserción en la globalización, en la mejora de la competitividad y eficiencia de toda nuestra sociedad.


El País Digital